Es más de media noche. Dana está, en pijama en la terraza, contemplando el mar. Se alegra tanto de haber llegado y de estar tan lejos de todo y de todos. Y tan cerca de él. Escucha unos pasos tras ella. Y sin girarse dice.
-¿Sabes qué es lo que más me gusta de este mar?
-No, pero seguro que me vas a sorprender.-Le susurra Lucas, mientras la abraza.
-Que me ha hecho darme cuenta de que por muy inmenso que es me da la seguridad de poder tirar una botella con tu nombre dentro y que por muy lejos que yo me escape siempre llegará a mí.-Él la besa, no lo puede evitar. La quiere.
Esa noche, Lucas duerme profunda y dulcemente. Esa noche, Dana hace la maleta y antes de que amanezca se va. No sé si llamarlo destino o mala suerte. Pero, unas horas antes de esas dulces palabras de amor, Dana no puede evitar llamar a su hermano. Y empiezan las complicaciones. Es su madre quién atiende el teléfono. Al principio Dana no dice nada y su madre se da cuenta que es ella. Le grita y le ordena. Y lo que es peor le recuerda. Y Dana entre lágrimas recapacita. Cuando Lucas duerme hace la maleta y sale descalza para no hacer ruido. Piensa en dejar una nota pero realmente no justificaría lo que iba a hacer.
Dos semanas más tarde parece que en casa de Dana se calmó el temporal. Todos están vestidos de punta en blanco. El jardín está lleno de rosas blancas y tul. La madre de Dana recorre el jardín ordenando y desordenando a diestro y siniestro. Nota que hay algo que todavía no revisó. Se adentra en la casa y sube velozmente las escaleras. Abre, sonriendo falsamente, las puertas de la habitación de su hija.
-Chicas, dejadme sola con mi pequeña.-Cuando la última ha salido se gira hacia Dana- No lo estropees. Bastante me ha costado hacerles creer que sólo eran nervios.-Se acerca a ella y aprieta más su blanco vestido.-No me pongas en ridículo. Créeme, no te conviene.-Con esto y otra sonrisa falsa sale de la habitación. Dana se apoya en el espejo y se mira. Vestida cómo una princesa. Cómo una novia. Cómo una novia en el sitio equivocado. Sigue mirándose en el espejo cuando algo atrae su mirada.
-No puede ser.-Dice casi en un susurro. Se aparta del espejo y va hasta su tocador. Una botella de cristal, descansa tumbada con el corcho puesto, con un papel dentro. Lo saca. Lo lee.-Lucas.
-Por muy lejos que te escapes… Siempre.-Se gira sobresaltada y él sale de detrás de las horribles cortinas.-Venga, nos podemos volver a escapar.
-Pero no puedo. Ya no. Me caso.-Se le cae una lágrima.
-Bueno, por muy lejos que te escapes yo te encontraré.-Dijo secándole la lágrima. Ella sale decidida por la puerta. Recorre el camino hasta el jardín. Los invitados están sentados esperando expectantes su llegada. Todos se levantan y ella entra por el pasillo. Al final la espera un hombre de unos treinta y algo. La mira como a un trofeo. Y ella baja la mirada encontrándose con el arrogante vestido. Con el siguiente paso se ve la punta de sus zapatos verdes. Sus tacones verdes. Se para en seco. Sonríe al novio y dejando caer el ramo echa a correr alegre por el jardín. Los invitados se quedan de piedra, la madre echa una furia y el novio sin trofeo que mostrar.
Corre por el jardín en busca de Lucas. Llega a la entrada y se deshace ese moño tan serio. Y así con su pelo suelto, liso y dorado va hasta el descapotable donde un chico rubio la espera. Sube al asiento del copiloto le da un beso y poniendo los pies en el salpicadero se ríe y dice:
-Siempre… por muy lejos que te escapes.
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