jueves, 10 de febrero de 2011

El chico sin nombre


Quizás, si hubiese esperado un poco más en casa… Quizás, si no fuese tan impaciente… Todavía faltaba un poco más de media hora para vernos. ¿Qué estoy diciendo? Si es él, el que esta ahí dentro con otra y yo aquí pensando que esto es culpa mía. Desde la cristalera de la cafetería lo veo, aunque un poco borroso por la humedad que de repente ha invadido mis ojos, besándose con una chica rubia. Las mariposas de mi estómago se pararon. Las flores sobre las que revoloteaban desde hace meses, se habían marchitado y ahora no tenían nada que hacer. No, no es él, no puede ser él, no quiero que sea él. A él ni siquiera le gustaba esta cafetería… siempre me decía que era fea y las camareras unas antipáticas… Siempre me decía que le gustaba más que nos viésemos en el parque… Quizás se me empiecen a ocurrir los porqués pero no les presto atención, a mi mente vienen imágenes dispersas de momentos en el parque. Le presto atención a un recuerdo que sacude mi mente con fuerza.

El parque de enfrente. Sol, parejas, niños y yo. Yo paseando al perro, yo sola paseando al perro. Yo sola paseando al perro en San Valentín en un parque lleno de empalagosas parejitas. Hasta los niños están empalagosos. Y el perro que no se está quieto. Yo creo que le gusta una perrita que no deja de pasar a nuestro lado. ¡Hasta los perros! No sé que necesidad tenía mi madre de que, hoy, sacase a pasear al perro. Mira que le dije que hoy no era un buen día. Pero ella, testaruda,  dijo que con el maravilloso día que hacía sería una pena quedarse en casa. La pobre no entiende que por mí hasta habría ido hasta al supermercado a buscar el horrible paquete de treinta y dos rollos de papel higiénico. Ese paquete que no cabe en ninguna bolsa y no te queda más remedio que ir paseando con él. Pues  siempre me hace ir a comprarlo, parece que siempre sabe qué pedirme para fastidiarme. Definitivamente hoy no es un buen día para ir al parque. Bueno, vale, no es un buen día para ir sola al parque. Por  si fuera poco el perro no deja de tirar con fuerza de mí. No sé muy bien cómo pero en un momento en que me distraigo Toby, el perro, tira con más fuerza y acaba llevándome a mí a trompicones tras él. Miro hacia donde tira. Estaba claro, hasta Toby esta tonto, corre hacia la perrita de antes. Cuando estamos cerca intento frenar. Hoy no es mi día porque me estampo contra el suelo y Toby se va tras la perrita. Cuando comienzo a incorporarme veo una mano, una mano bastante grande, una mano de chico, una mano que se empieza a preguntar que hago mirándola tan fijamente en vez de cogerla. Pongo mi mano sobre la suya y me ayuda a levantarme. Mis ojos suben desde su mano, que aún sigue sujeta por la mía, hasta sus ojos, grises y profundos, y me quedo como una completa tonta absorta en su mirada. El chico se empieza a preocupar por el hecho de que no digo ni hago nada. De repente como si me hubiese pasado una descarga suelto su mano y doy un respingo. Preocupado, me pregunta si estoy bien, yo, como si después de soltarle me hubiese serenado, le digo que por supuesto, que el bruto de mi perro me tiró cuando perseguía a una irritante perrita que no dejaba de provocarle. De repente sonríe, se disculpa y dice que esa irritante perrita es suya. Perfecto,  acabo de quedar como una tonta. Me pasa la correa de mi perro, lo agarro con fuerza para que no vuelva a soltarse y empiezo a caminar mientras me disculpo diciéndole que la culpa es más bien de mi perro. Desconcertada lo miro. Camina a mi lado, como si fuese a seguir la conversación. Me pregunta que si estoy sola. Le dirijo una mirada de incomprensión, hasta que caigo en lo que pregunta. Un tanto quemada de lo empalagoso de este día acabo diciendo bruscamente que estoy mejor sola que mal acompañada. El chico, me acabo de dar cuenta de que es rubio y que me saca un par de cabezas, se aleja un poco y dice algo como que lo siente pero que no lo decía por eso. Sino porque él también está solo con la perrita. Me pongo como un tomate ya que parece que solo se decir bobadas. Seguimos paseando a los perros que parecen encantados de estar juntos, no como sus dueños. Al cabo de un rato empezamos a hablar de tonterías. Me pregunta cuantos años tengo pero en vez de contestar le hago la misma pregunta. Tiene dieciocho aunque parece un poco mayor. Aún no me ha dicho su nombre ni yo el mío pero no le veo mucha importancia. De pronto decide que ya sabemos mucho el uno del otro y que quiere saber mi nombre. Le digo que lo adivine y  que si no lo acierta me tendrá que decir el suyo. Empieza a decir nombres. Nombres raros, antiguos, comunes, graciosos, inventados, poco comunes y de repente el mío. Tal vez pensé que no lo adivinaría. Advierte que me quedo callada y entonces sonríe. Me dice que me toca adivinar el suyo pero yo me escabullo diciendo que ya es muy tarde y en efecto, son casi las nueve. Ya notaba que había oscurecido un poco. Le digo que me tengo que ir que han sido unas tres horas muy divertidas pero que he quedado. Me mira de soslayo y susurra que ya sabía él que era muy raro que estuviese sola. Yo riendo niego con la cabeza y digo que me esperan para ir a casa de una amiga pero él, testarudo, no se lo cree. Me dice que me acompaña hasta casa y divertido empieza a contar teorías sobre quien será esa supuesta amiga con la que he quedado.                                                                                                                              
 El portal de mi casa. Dos perros él y yo. Nos despedimos, él diciéndome que ojalá su irritante perrita atraiga otra vez a mi perro y yo diciendo que ojalá me vuelva a levantar del suelo otro chico por culpa de Toby. Mientras se va le grito adiós y lo llamo chico sin nombre. De repente se gira y vuelve hacia mí. Me dice que tiene una última teoría sobre mi supuesta amiga. Dice que no hay ninguna amiga que me esté esperando y que cree que lo que no quiero es saber su nombre. Acercándose hasta pegar su mejilla en la mía me susurra que me espera mañana en el parque a las seis y que no le vale ninguna excusa sobre supuestas amigas. Finalmente se va riendo y yo me quedo viendo como se aleja. En verdad es guapo y su perrita tampoco es tan irritante. Mañana volveré a verlo, al chico sin nombre.

Ese recuerdo se queda flotando en el sofocante calor del verano. Han pasado seis meses desde que lo conocí. Tantos meses con mi chico sin nombre… tantas conversaciones… tantos momentos… tantos te quiero y tantas mentiras. Estoy paralizada frente a la cristalera. No sé si quedarme quieta o echar a correr. Pero ¿Adónde voy? No puedo llegar así a casa y en el parque seguro que me encuentro con alguien conocido. Como si mis pies pensasen solos empiezo a caminar hacia el interior de la cafetería. Cuando entro, el hombre que está detrás de la barra, un poco preocupado por la humedad de mis ojos, me pregunta  si necesito algo. Sin saber como le pregunto si me podría preparar un chocolate caliente, un chocolate que arda. El hombre, un tanto desconcertado porque una chica con los ojos casi a punto de desbordarse le pida un chocolate caliente en pleno agosto, me dice si no prefiero otra cosa. Pero sin entender todavía por qué, le cuento para que lo quiero, le cuento todo lo que ha pasado. Me lo da encantado y me anima. Mientras camino como si fuese una zombi por el local me fijo en la camiseta de la chica. Es el uniforme de las camareras del local. Llego hasta ellos y con una sonrisa de amargura le digo que el dueño les invita a esto. La chica sonríe encantada. Él me mira estupefacto. Con rabia le tiro el chocolate hirviendo por encima, él grita que quema y me pregunta qué hago. Yo lo único que soy capaz de hacer es girarme hacia la chica, darle una fuente con galletas para el chocolate y decirle que le aproveche.  Antes de irme no sé cómo pero se me pasa una extraña pregunta por la cabeza y al ir a darle las gracias al hombre de la barra le pregunto como se llama la chica.
Salgo riéndome con una extraña sensación. No me quedé quieta pero tampoco eché a corre. Fue mejor, le di su merecido. Ahora me voy rumbo a otro lugar donde sé que no me lo voy a encontrar. Me voy a otro parque. Está un poco lejos pero me gusta. Hay mucha tranquilidad. Me siento en un banco y de mis ojos empieza a caer una extraña lluvia salada. Esa extraña lluvia, mezcla de rabia, tristeza y alivio moja mi vestido. Me intento secar las lágrimas con la mano cuando veo que alguien me tiende un pañuelo. Un chico. Me pregunta que si estoy bien y yo le digo que no, pero pronto estaré mejor. Le doy las gracias y le sonrío pero no me quedo a hablar con él, simplemente echo a caminar. Era guapo y tal vez fuese simpático pero lo olvido y simplemente camino. No quiero que este parque se convierta en el parque de otro chico sin nombre.



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