En una habitación, en un motel, en un pueblo, encontrado de manera loca en un arranque de espontaneidad, tomando una camino al azar. En una de las camas una maleta descansa abierta y ligeramente revuelta. En la otra un chico, guapo y rubio, duerme profundamente. Tras la puerta del baño una chica se peina sus cabellos, largos y lisos, y se pregunta nada y se contesta todo. Y se asoma desde la puerta y observa con una sonrisa la cama sin maleta. Cierra la puerta y se sienta en la bañera. Sobre el lavabo su móvil vibra enfurecido. La buscan. La busca de todas las maneras. Con preocupación, con arrogancía, con indignación, con preocupación, con furia, como si fuera un trofeo, como si de una gran pieza de caza se tratase. Se mira otra vez al espejo y esta vez sin reparar en sus ropas se mira los ojos. Brillan con un toque especial. Con una ligera libertad. No echa de menos nada en especial. Todo lo importante está en la habitación de al lado. Y apaga el móvil. Sale del baño de puntillas y se mete en la cama. El chico inconscientemente se amolda, dejando un hueco para ella. Y ella sonríe y se duerme.
Un sol brillante se cuela por las baratas cortinas de la habitación. Estira el brazo derecho en busca de algo. Está sola en la cama. Se levanta perezosamente. Sabe que nunca la dejaría sola. Apolla su oreja en la puerta del baño. Escucha el sonido de la ducha y silbar. Se ríe para sus adentros. Sale al minusculo balcón. Hace calor. Se empieza a notar la presencia del sur. Espera llegar hoy al mar. Se despereza un poco más y vuelve a la habitación. Cuando sale del baño corre y salta sobre él. Automáticamente la coge. La abraza, la besa y la hace sentir especial. Ella le da un uúltimo beso y se va meneandose a la ducha. Se viste, guarda su ropa, recoge su pequeño desorden y casi sin pensar saca de la maleta sus tacones verdes. Se cambia las sandalias de tacón por ellos. Mueve un poco los píes para sí misma y sale de la habitación con la maleta y un bolso al hombro. Baja las escaleras. Guarda la maleta y se sube al coche al asiento del copiloto. Está bien ir en un descapotable por el sur, piensa risueña. Se pone las gafas de sol. Cuando llevan recorrido un quilómetro le bolso empieza a vibrar y ella a arrepentirse de haberlo encendido esa mañana. Lo coge. Le da al botón de contestar y lo suelta dejando lo caer en el ardiente asfalto. Pone los pies sobre el salpicadero y besa feliz a su acompañante.
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