miércoles, 1 de diciembre de 2010

Los tacones verdes

El pelo suelto, liso y dorado. Un vestido negro sin firma pero que ha dejado muchas marcas. Un delicado collar plateado sin quilates ni cientos de ceros que lo sigan. Un toque de su perfume preferido y un maquillaje sin cargar.
Se mira distraida al espejo, sabe que no se debe preocupar. Una llamada perdida al móvil. Es el momento de bajar. Se pone los tacones verde y un ligero abrigo gris. Sale del piso echando una última ojeada, no se olvida nada.
Aprieta el botón del cero, el ascensor no se resiste a bajar. Sube a prisa al coche. Un beso fugaz en los labios y un cúmulo de palabras para despistar. La noche pasa por la ventanilla sin prisa pero sin pausa y entonces llegan a la puerta del bar. Otro beso al despedirse, con un poco más de calma quizás.
Entra con su elegante andar y deja en el ropero su abrigo. Se sienta en una mesa bastante apartada y pide una copa al azar. Mira por el ventanal. Llega su copa y se toma un gran trago. Mira su mano izquierda y sonríe socarrona. Desaliza en el dedo anular un anillo con un pequeño brillante que quizás valga más que una vida en su piso pero menos que una sonrisa por casualidad.
Como por un presentimiento mira la puerta del local. Un hombre guapo de unos treinta y algo le saluda con una sonrisa. Ella corresponde y apura su copa. El hombre llega a la mesa y la besa en la mejilla. Hablan de nada interasente y el anillo empieza a pesar. Se disculpa para ir al servicio. Una vez allí se sonríe al verse en el espejo. Mira el anillo y no se lo piensa dos veces.
Su compañero se empieza a impacientar pero pronto llega el camarero con la cuenta y con ella un obsequio inesperado. Coge el anillo con arrogancia y enojo y pide otra copa y otra y otra... Y se pregunta que habrá sido. Quizás ese beso en la mejilla o quizás... Espera averiguarlo y volver a tenerla otra vez. Nadie sabe ni sabrá que fue o dejó de ser. Sólo ella. Ella que camina con alegría bajo la noche de la ciudad. Ella que se para en un portal y toca el telefonillo loca. Y cuando la voz somnolienta de un chico pregunta que pasa ella chilla: ¡Escapémonos ya!

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